lunes, 21 de agosto de 2017

Escribir un libro, plantar un árbol y tener un… ¡viaje solidario!

Jose con el resto de voluntarios y voluntarias.
Jose Aparici sabe cómo es la increíble experiencia de vivir “en medio de la jungla”. Hizo voluntariado durante varias semanas en Nusa Penida, una de las islas más desconocidas de Bali. Combinó el trabajo en las playas y el huerto con clases de inglés y también aprovechó para recorrer la isla en moto. Lo entrevistamos para conocer más a fondo su aventura.

¿Por qué elegiste Bali y en concreto Nusa Penida para tu viaje solidario? 

Siempre me ha atraído Asia y la naturaleza. Creo que es muy importante que no se pierda la esencia de los lugares por culpa de la invasión turística. Por eso me encantó este lugar.

¿Tuviste miedos a la hora de hacer tu viaje solidario? ¿Cómo los superaste?

La verdad es que no tuve miedos. Soy una persona bastante positiva y temer lo que no se conoce de primera mano no tiene sentido. Y ahora que lo conozco, no hubiera tenido razón de ser ningún miedo.


¿Cómo preparaste tu viaje?

Buscando los vuelos por mi cuenta y siguiendo las recomendaciones de Tumaini para la maleta. ¡Y con mucha ilusión!

Los voluntarios españoles dieron clases de inglés a los más pequeños. 

¿Cómo fue la llegada al proyecto y qué es lo que más te sorprendió?

Con mucho jet lag diluido por la ilusión. Me sorprendió la alegría que tenía la gente local... Es una alegría que se contagia.

El proyecto se encuentra en un entorno increíble, ¿lo podrías describir?

El centro se encuentra casi, por así decirlo, en medio de la jungla. Habían varias cabañas para compartir y una habitación común con 7 camas donde yo dormí. Todas con mosquiteras. Lo que más me gustó fue que estabas en contacto con la naturaleza simplemente con poner un pie fuera de la habitación. La zona del comedor tiene unas mesas súper originales de cortes de troncos enormes, de una pieza. ¡Ah! Y a parte del gallo, ¡no paras de oír gekos! Que no sabía lo que eran hasta llegar a Bali. Son una especie de lagartos que hacen ese sonido... ¡Gue koo!

Jose trabajó en el huerto, en la playa y en las clases de inglés.


¿Qué tareas realizaste en el proyecto?

Arreglamos el camino al centro, limpiamos playas, trabajamos en el huerto y reciclamos botellas para hacer unos maceteros verticales. Y dos veces a la semana dábamos clases de inglés.

¿Coincidiste con otros voluntarios? ¿Cuál fue tu relación con ellos/ellas?

Si, coincidí con estadounidenses, ingleses, españoles y un francés. Todos más jóvenes que yo y muy buena gente.

¿Qué tal las personas balinesas que has conocido? 

La gente, como ya he dicho, era muy alegre. No llegué a intimar tanto como para conocer ninguna historia personal, pero viendo su sonrisa perenne, ¡sus vidas son felices!

¿Qué has aprendido de la cultura balinesa y su forma de vivir?

Son más religiosos de lo que me pensaba, tienen una gastronomía bastante escasa aunque muy sabrosa. Lo que me sorprendió fue que, al igual que en México, ¡son muy populares las peleas de gallos!

Jose aprovechó su viaje para recorrer la isla en moto.

Aprovechaste tu viaje para hacer turismo? Qué visitaste? 

Recorrí entra la isla de Nusa Penida en moto. El sur de la isla es un auténtico paraíso de acantilados y calas muy poco visitadas. Increíbles. También estuve una noche en Ubud, en Bali Bali, y me gustó mucho el ambiente bohemio ¡y el monkey forest (reserva natural conocida por el grupo de monos que la habita)!

¿Cómo animarías a otras personas a participar en un viaje solidario?

Siempre dicen que en la vida hay que escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo... Después de vivir esta experiencia, es obvio que el que acuñó esta expresión no participó en un viaje solidario. Algo para no perderse. Además, ¡llevaré a mis peques cuando sean más grandes!

Probando el agua de coco en la playa. 
Jose Aparici viajó al proyecto medioambiental de Nusa Penida en julio de 2017.

La sonrisa más real que hayas visto nunca

Lucía con una de las niñas del orfanato de Kenia.
Este verano, Lucía ha hecho un viaje que no olvidará fácilmente. Ha viajado a Kenia para mejorar la educación de niños y niñas de un orfanato y escuela. “La experiencia me ha cambiado la vida”, afirma. Tanto, que siente que parte de ella “todavía sigue allí”. Pero, ¿sabéis que encontró además de cariño, amistad y solidaridad? “La sonrisa más real que he visto nunca”. ¿Queréis saber de quién es?

Deberes, costura e higiene 

Las actividades que Lucía llevó a cabo con los niños y niñas del orfanato fueron muy variadas. La principal fue el refuerzo escolar. Según la voluntaria, los y las peques están sometidos a un “sistema educativo muy duro” que no les deja tiempo para jugar. Por ello, el grupo de voluntarios y voluntarias con el que coincidió preparó juegos de mesa, parchís, bolos, twister y otras actividades lúdicas “para que disfrutaran del tiempo libre aún cuando los voluntarios no estemos allí”, afirma.

Además, “la mayoría de los y las peques tenía estropeados los uniformes, por lo que dedicamos varios días a arreglarlos. También les hicimos unos estuches con tela para que pudieran guardar sus cosas”, explica Lucía. “La idea inicial era enseñarles a coser, pero no tuvo mucho éxito ya que al ver el material ¡lo único que querían era guardarlo para ellos!”, añade.

Los voluntarios y voluntarias enseñaron a los peques varios juegos y películas.

Por otra parte, Lucía y sus compañeros de voluntariado se dieron cuenta de que los y las peques tenían que mejorar en sus hábitos higiénicos. “Con botellas de agua recicladas construimos unas papeleras para el recinto. Hasta el momento de nuestra vuelta funcionaban de maravilla ¡Espero que siga siendo así!”, afirma la voluntaria.

Bailar y ver películas, sus juegos favoritos

“Una vez los niños y niñas cenaban, sobre las 19:30 h., teníamos tiempo para disfrutar con ellos. ¡Les encantaba ver películas! Sólo teníamos tres pero querían repetirlas una y otra vez. También nos pedían música para bailar, ¡era con lo que más disfrutaban! Y además, los fines de semana teníamos más tiempo libre con ellos y realizábamos todas las actividades y juegos que no podíamos hacer durante la semana”, explica Lucía.

Foto de familia: personas voluntarias con los peques del proyecto. 


Felicidad que se contagia

“Creo que esta experiencia me ha cambiado la vida. Cuando volví a España estaba muy marcada. De hecho creo que parte de mí todavía sigue allí: esos niños ya forman parte de mi vida”, dice la voluntaria. Para ella, un viaje solidario te permite adentrarte en otras culturas y conocer una realidad muy diferente. “Llevaba tiempo pensando en hacer algo así y ahora pienso que tendría que haberlo hecho antes. La felicidad que tienen con tan poco se te contagia y te das cuenta de que nuestros  problemas son irrelevantes”, afirma. Estaba tan cómoda en el proyecto que no quería volver: “he aprendido tanto que mi única palabra para definir esta experiencia es: GRACIAS. ¡Volveré!”, afirma.

Choque cultural

Pero, aunque una vez de regreso “es imposible sacar las partes negativas del viaje”, no todo en su experiencia ha sido fácil. “Las diferencias culturales a veces surgían y lo que para los voluntarios y voluntarias nos parecía prioritario, para el coordinador, Julius, quizás no lo era tanto”, afirma Lucía. Aun así, en el orfanato “nos dieron un cuidado de 10, su atención es realmente buena. Además estoy muy contenta de haber elegido Tumaini y segura de que repetiré”, afirma.

Aunque tienen que estudiar mucho, cualquier excusa es buena para reír.


El mejor regalo, su sonrisa

Aunque afirma que “han sido muchas las anécdotas que contar”, Lucía se queda con una, la que le hizo encontrarse con “la sonrisa más real que he visto nunca”. “Un día repartimos los estuches con dos caramelos para cada niño en su interior. A la primera de las niñas de 6 años le dijimos "mira lo que hay dentro". No se me olvidará nunca su reacción. Su cara tenía la sonrisa más real que he visto nunca.

Que algo que para nosotros es tan simple sea capaz de crear esa felicidad es increíble. Para estos niños todo lo que haces por ellos es un mundo. Y su manera de agradecértelo, solo con la mirada o la sonrisa, te llena tanto que sé que voy a seguir participando en este tipo de proyectos por mucho tiempo”, añade.

Esperamos que así sea :)

Sonrisas sinceras y reales, como la de esta niña del proyecto.

Lucía participó en el orfanato y escuela de Kenia durante julio de 2017. 

Cuatro semanas con los wawachas

Itziar con una de las niñas del proyecto.
Itziar acaba de regresar de su primer voluntariado fuera de España y su experiencia se puede resumir en una sola palabra: “aprender”. Ha colaborado durante un mes con los niños y niñas más pequeños (los “wawachas”) de la escuelita solidaria de Cusco, Perú. Y le ha gustado tanto que ya está pensando en su siguiente viaje solidario.

¿Por qué elegiste Perú?

A la hora de elegir destino, no lo tenía nada claro. Dudaba entre Kenia, India, México, etc. Pero Almu de Tumaini me aconsejó ir a Perú, ya que era el proyecto más adecuado para un primer viaje a un país del Sur. Decidí hacerle caso.

¿La experiencia ha sido como te esperabas?

¡Ha sido mejor! Todo lo que he aprendido y vivido ha superado todas mis expectativas. Ha sido genial.

¿Cómo era tu día a día en el proyecto?

Mi día empezaba muy pronto, sobre las 6:30 de la mañana, ya que yo colaboraba tanto en el turno de mañana como en el de tarde. Sobre las 8:15 h ., después de desayunar, los voluntarios y voluntarias íbamos juntos a la escuela, donde nos esperaba Lado, la coordinadora. Sobre las 8:30 empezaban a llegar los niños y niñas, siempre sonriendo y alguno venía desayunando :)

Entre juegos, tareas, música y el “círculo del amor” (un espacio donde pequeños y voluntarios expresan sus sentimientos sobre temas sociales que les afectan en su día a día), la mañana se pasaba muy rápido. Terminábamos hacia las 12 del mediodía.

Por la tarde, el horario de voluntariado es de 15 a 19 h. pero los que ya habíamos ido a la mañana podíamos entrar a partir de las 17 h. (así podíamos descansar y comer tranquilamente). En este turno, venían muchos más niños y más voluntarios y voluntarias. Tuve la enorme suerte de estar las cuatro semanas con el grupo de los wawachas, los más pequeños de la escuela (unos 5 - 6 años). ¡Aunque no paran quietos ni un segundo!

Itziar ayudando a pintar la escuelita de Cusco.

¿Qué actividades has realizado con los niños y niñas?

Jugar, pintar, bailar, jugar al pinki (futbolín), fútbol, pintar las caras…

¿Hay alguna historia de algún niño o niña que se te haya quedado en la memoria?

Casi todos  viven situaciones familiares bastante duras y complicadas. Pero recuerdo una historia, la de una niña de 8 años. Su padre les abandonó hace años y su madre era alcohólica. Ella no tenía hermanos pero se las arreglaba para salir adelante. Una vez, me reveló su sueño: "Profe, mi sueño es que mi madre deje de beber y esté conmigo".

Pero, a pesar de todo lo que los niños y niñas vivían en sus casas, siempre tenían algo bueno que decir a los demás, siempre. El viernes era día de despedidas de las personas voluntarias que regresaban a sus países. Los y las peques lloraban mucho y decían cosas muy bonitas a los profes que ya no iban a estar más. Me encantó.
Juegos y música fueron algunas de las actividades.

¿Cómo ha sido tu relación con el resto de voluntarios y voluntarias?

Ha sido increíble. Eran personas muy sociables que enseguida se acercaban a saludar y a conversar. Aprendí mucho de todos y todas. Siempre que podíamos, ¡nos íbamos de excursión todos juntos!

¿Qué es lo que más te ha gustado de la experiencia?

Compartir mi tiempo y ganas con los niños y niñas y con el resto de personas voluntarias. Además, este voluntariado me ha permitido aprender de Perú, de su cultura y gente. Me quedo con eso, con APRENDER de todo lo que me rodeaba, de la gente que estaba conmigo, de la comida, de las excursiones...

Itziar con algunos de sus compañeros y compañeras voluntarios.

¿Cómo valoras la atención de Tumaini?

Han estado muy pendientes de toda mi estancia y también estuvieron muy atentas los meses antes del viaje, durante los preparativos.

¿Qué tal tu coordinador en el centro? ¿Te ha ayudado y resuelto dudas?

He tenido la oportunidad de estar con los dos coordinadores. Hacen un trabajo difícil y complicado, pero lo hacen muy bien y ayudan en todo lo que pueden.


¿Volverías a hacer un viaje solidario?

Sin dudarlo, ¡ya estoy pensando en el siguiente!

Itziar y su compañera Garazi grabaron este vídeo desde Cusco, donde explican cómo fue su experiencia.


Itziar viajó a Cusco durante junio de 2017.

martes, 8 de agosto de 2017

Bocados para comerse el mundo

Hora de comer en el orfanato y escuela de Kenia.
Si la escuchamos con atención, la comida puede decirnos muchas cosas sobre los países que visitamos. Los sabores, las texturas, los olores… nos informan sobre paisajes, formas de vida y hasta creencias religiosas. Porque creemos que la inmersión cultural es una parte importante de un viaje solidario, te invitamos a dar la vuelta al mundo en 5 países a través de sus delicias culinarias.


1. Nepal y India: momo

Paseando por los pueblos de Nepal e incluso en algunas ciudades del norte de India, es muy raro no tropezar con un puesto callejero de momos. Se trata de una sencilla empanadilla hecha a base de harina de cebada y agua rellena de verduras, pollo, búfalo (yak) e incluso queso y cocida al vapor. El ingrediente secreto de esta pequeña delicia es una abundante mezcla de especias, tan características de esta zona de Asia.

Los momos nos dan algunos datos curiosos sobre la cultura tibetana. Por ejemplo, nos cuentan que, mientras la cocina budista suele ser vegetariana para poder mantener el precepto del ahiṃsā (no violencia), el budismo tibetano ve innecesario el vegetarianismo.

Los refugiados tibetanos que huyeron de China comenzaron a instalar tiendas de momos en el norte de India. Los momos llamaron mucho la atención de los indios porque no tenían nada que ver con sus típicas frituras. Hoy es uno de los platos de comida rápida más extendidos de la región, tanto, que su influencia ha llegado hasta Nepal.

Los momos son la comida rápida más extendida de Nepal. 


2. Kenia: Mukimo 

Es un plato típico de la tribu de los kikuyus, y está hecho de maíz, guisantes y patatas machacadas. “Suele servirse con carne guisada y está bastante rico”, nos cuenta Mónica Herreras de Tumaini, que vivió en Lamu (Kenia) durante un año.

Aunque el Mukimo proviene de la parte central de Kenia, hoy en día las comunidades rurales que han emigrado a Nairobi lo han difundido en la capital. ¿Por qué se ha hecho tan popular? Una de las razones puede ser porque en Nairobi comer es un acto social, y la lista de invitados en casa suele ser larga. Si ves a una persona conocida en la calle, es de mala educación no invitarla a comer o cenar, y esta, a la vez, traerá a uno o dos amigos o amigas más. Mukimo es el plato ideal para cocinar en grandes cantidades y poder, así, tener siempre lista la comida si surgen invitados a última hora.

El mukimo, acompañado de carne, es un buen recurso para lxs invitadxs.

3. Tailandia: Pad Thai 

Se trata de un plato de fideos de arroz con huevos, salsa de pescado y de tamarindo y cualquier combinación de brotes de soja, gambas, pollo, o tofu, decorado con cacahuetes picados y cilantro.

El Pad Thai es una de las comidas más ricas, populares y baratas de la comida tailandesa. Se convirtió en el plato nacional tailandés durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la economía del país dependía en gran medida de la exportación de arroz. El primer ministro Luang Phibunsongkhram impulsó la elaboración de estos fideos para tener más cereal disponible para el comercio exterior.

Los fideos de arroz son populares en Tailandia desde la II Guerra Mundial.

4. Perú: causa rellena

Aunque el plato estrella de la cocina peruana es el ceviche, hay otros muchos que merecen un lugar en este post. Uno de ellos es la causa rellena, elaborado sobre la base de papa amarilla peruana, limón, ají, lechuga, huevo cocido, aguacate y aceitunas negras. Puede servirse con pollo, atún o mariscos.

La causa limeña se lleva preparando en Perú desde hace miles de años, ya que proviene de los pueblos precolombinos, cuyo ingrediente base era la papa amarilla. El dicho popular “Más peruano que la papa” nos da una idea del significado cultural y social de este delicioso entrante.

La causa limeña puede ser de pollo, atún o incluso mariscos.


5. Indonesia: Nasi Goreng

Se trata de arroz frito con salsa de soja, huevo frito, pollo frito y satay (pedazos de carne puestos en un pincho de bambú o espinas de coco, que se colocan a la parrilla sobre unas brasas de carbón). Es el plato nacional de Indonesia y no entiende de clases sociales, ya que puede tomarse tanto en un restaurante de lujo como en un puesto de comida callejero.

Sus orígenes son claros: empezó a prepararse porque el arroz frito prevenía la propagación de microbios peligrosos, sobre todo cuando no había sistemas de refrigeración. El Nasi Goreng nos explica cómo en Indonesia la comida es un bien preciado y no se tira a la primera. Normalmente se sirve en casa para desayunar y está hecho con el arroz sobrante de la cena de la noche anterior.

Los puestos callejeros de NasiGoreng son populares en toda Indonesia.

Y a ti que te gusta tanto viajar, ¿cuál es el mejor plato que has probado en un País del Sur? 



miércoles, 2 de agosto de 2017

“Cuando se va a ayudar, solo puedes sacar lo bonito de la vida”

Laia en uno de los templos que visitó con el resto de voluntarios.
Laia Crestemayer siempre había soñado con conocer India pero cuando vio que, además de viajar, podía hacer voluntariado allí, se tiró “de cabeza a ello”. Durante varias semanas, se sumergió en la cultura tibetana en McLeod Ganj y colaboró en una guardería solidaria y dando clases de inglés a refugiados tibetanos. Pero una de las mejores cosas de su viaje fue la gente que conoció en el proyecto: “en poco tiempo formamos una pequeña familia”, explica.

¿Por qué decidiste hacer un voluntariado de varias semanas? ¿Por qué India?

Me encanta viajar y ayudar a la gente, así que, si podía mezclar ambas cosas, la experiencia ya tenía todo lo que necesitaba. Había hablado con gente que había participado en proyectos similares y todos y todas coincidían en que era una experiencia insuperable. Así que empecé a investigar. Cuando encontré a Tumaini, me enamoré enseguida del proyecto de McLeod Ganj. Ir a la India siempre había sido un sueño para mí y cuando vi tenía la oportunidad de cumplirlo ¡me tiré de cabeza a ello!

¿Qué te llamó más la atención del lugar nada más llegar?

Su multiculturalidad. En el proyecto vivíamos muchísimos voluntarios y voluntarias de distintas nacionalidades. Eso me pareció bonito, porque hace que el intercambio con la gente autóctona y con las personas de otros países sea mucho más rico. El buen rollo que se respiraba allí ha hecho que me sea muy duro irme. En verdad no debería sorprenderme que hubiera esa atmósfera tan cálida y acogedora, porque cuando se va a ayudar, uno sólo puede aprender y sacar lo bonito de la vida.

Cerca del proyecto, Laia pudo hacer varias excursiones. 


¿Hay alguna historia de algún niño o niña de la guardería que te marcó especialmente? 

Había un niño que me tenía robado el corazón. Se llama Namchoe y siempre tenía una sonrisa para todas las personas que le rodeaban. Siempre le teníamos que dar la comida ¡porque si le dejábamos solo se ponía hecho un cristo! Eso sí, ni con comida por todas partes perdía la sonrisa. Le enseñé a sacar la lengua y desde entonces siempre me saludaba así, como si fuera una especie de saludo secreto entre nosotros.

Estar con todos los niños y niñas tenían su encanto, sobre todo después de una semana trabajando allí. Cuando se empezaban a acostumbrar a tu presencia, te integraban en sus juegos, te abrazaban... yo me moría de amor.

¿Colaboraste también en las clases de inglés a refugiados tibetanos? ¿Cómo fue?

Enriquecedor a la vez que duro. Cuando los tibetanos contaban sus historias se nos ponían los pelos de punta. Han tenido vidas muy, muy duras. Son gente muy fuerte. Uno de ellos nos contó que, mientras intentaba escapar con un amigo y dos guías, soldados chinos les sorprendieron y mataron a su amigo y a uno de los guías. Él se salvó de milagro.

Otro refugiado nos explicó que cuando se escapó, estuvo un mes caminando por el Himalaya. Había días que lo único que comía era nieve. Por mucho contexto del conflicto entre Tíbet y China que tengas, tenerlos ahí delante, oír sus historias supera lo que uno mismo se puede imaginar.

Laia compartió su viaje solidario con Clara y ha descubierto una buena amiga.


¿Qué tal fue compartir el viaje con tu amiga Clara?

¡Muy bien! Clara y yo nos conocíamos de hacía tiempo pero nunca habíamos compartido tanto tiempo juntas. La convivencia con ella ha sido fácil. He descubierto una buena amiga. ¡Repetiría encantada!

¿Cómo fue conocer a otras personas voluntarias de Tumaini?

Esa fue la mejor parte del viaje. Clara y yo estuvimos una semanita solas y fuimos descubriendo el lugar. Pero cuando empezaron a llegar los demás, empezó el viaje de verdad. Coincidimos con Fátima, Isa, Dani y Santi. Desde el principio hubo un buen rollo impresionante entre todos y hacíamos muchas cosas juntos: comer, excursiones como al Masroor Temple, a Dharamkot... En poco tiempo nos convertimos en una pequeña gran familia.

Hubo muy buena conexión entre los voluntarios. Formaron una pequeña familia.

¿Volverías a hacer un viaje solidario?

¡Sí! Ha sido una experiencia preciosa. Poder ayudar a la gente y conocer otra cultura no tiene precio. Me ha hecho crecer como persona.

¿Recomendarías esta experiencia a otras personas?

Lo recomendaría a todo el mundo. Es una experiencia única y vale muchísimo la pena. Te obliga a abrir la mente y a observar el mundo con nuevos ojos.

Impresionante foto de Laia en uno de los templos de la zona.

* Laia colaboró con los proyectos de India Viaje Solidario con bebés tibetanos y Viaje Solidario con refugiados tibetanos en julio de 2017.